Presentamos aquí parte de la Introducción de la obra de Manuel Gamio (1883-1960) La población del valle de Teotihuacan, el medio en que se ha desarrollado. La obra publicada originalmente en 1922 tiene interés desde distintos puntos de vista, dejando aparte el hecho de tomar a los dioses como elementos divinizados por el hombre, lo cual es propio de la antropología y etnología de una época que tuvo su principal representante en J. G. Frazer y se ha prolongado en varias líneas hasta hoy.

El autor, entre muchísimos otros cargos estatales y científicos, fue cofundador y director de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana, con sede en México, así como director del Instituto Indigenista Interamericano. Su perspectiva es la de integrar con atención y respeto a los indígenas en la sociedad y la patria mexicana, visto todo ello desde una perspectiva utópica.

Hemos utilizado la edición del Instituto Nacional Indigenista, México 1979. (Tomo I, págs. 40-86).

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LA POBLACION DEL VALLE DE TEOTIHUACAN
MANUEL GAMIO

INTRODUCCION

4.—PRINCIPALES ASPECTOS DE CIVILIZACIÓN (1)

Ya hemos expuesto sintéticamente lo relativo al censo, a las características raciales y a las condiciones de vida física de los habitantes de Teotihuacán. Veamos ahora cómo ha sido su evolución cultural, desde las más remotas etapas de su historia hasta la que comprende su vida actual, pues para poder apreciar debidamente los fenómenos sociales que presiden a esta última, es indispensable el conocimiento de los fenómenos históricos correspondientes.

La civilización o cultura de una población puede ser integralmente apreciada por medio del conocimiento de sus manifestaciones, tanto las de orden intelectual como las puramente materiales. Entre las primeras pueden mencionarse las ideas áticas, estéticas, religiosas, etc.,etc.; las segundas son propiamente la representación objetiva o la expresión material de los procesos mentales engendrados por aquellas ideas: arquitectura, escultura, pintura, etc.; objetos industriales, domésticos, rituales, deportivos, militares, etc.

El estudio de las manifestaciones culturales o caracteres de civilización fue hecho de acuerdo con esa disposición; sólo que, como dijimos al principiar este capítulo, no sólo se tuvieron en cuenta las actuales manifestaciones, sino también las que les han precedido. Además, se concedió especial importancia a los fenómenos de contactos inter-culturales producidos entre la civilización indígena sojuzgada y la invasora hispánica.1

El problema religioso.— No nos movió prejuicio alguno a abordar este arduo problema, sino la convicción de que una población culturalmente retrasada, como es ésta en su mayoría, está directamente sujeta al favorable efecto moralizador que traen consigo las religiones, cuando sus preceptos son interpretados y aplicados con sensatez y altruismo, o a la decadencia intelectual y moral en que la sumergen quienes hacen tráfico corrompido y mercantilista del credo religioso.

La población del valle de Teotihuacán es, en su totalidad, eminentemente religiosa, pudiendo ser dividida en católica y católica rudimentaria, según dejamos expuesto al comentar el censo de la misma.

Nos era, pues, interesante e indispensable estudiar con relativa amplitud esos aspectos religiosos, que en cierto modo presiden o rigen las demás modalidades de vida de los habitantes.

La extremada religiosidad que se observa allí y que muchas veces se confunde con un ciego fanatismo, puede explicarse fácilmente recordando los antecedentes históricos correspondientes: los primeros pobladores de Teotihuacán fueron otomíes, cuya civilización o cultura está típicamente representada por los vestigios del Pedregal de San Angel, y, aunque contamos con muy reducido número de datos relativos a ellos, podemos afirmar que poseían, entre otras ideas animistas, el culto a los muertos, según lo demuestran las vasijas y otros objetos que, como ofrendas o votos, aparecen junto a los esqueletos del Pedregal ( lámina III, a). Las representaciones arcaicas o pedregalenses que hay de Tláloc y de Xiutecutli ( lámina III, b), dioses de la lluvia y del fuego, respectivamente,2 indican que poseían igualmente formas más evolucionadas del culto, como es el de estas deidades, que simbolizaban fenómenos naturales.

En esta etapa, las ideas religiosas habían comenzado ya a ejercer cierta influencia moralizadora en los primeros pobladores de Teotihuacán, pues aquellas deidades ya hacen suponer un culto colectivo avanzado y un estado social en que la agricultura, que ya había alcanzado algún desarrollo, exigía ciertas formas de sacrificio.

Al llegar los emigrantes del N., nuevos conceptos religiosos se fundieron con los de los aborígenes pedregalenses, elaborándose lentamente las bases de la religión tolteca o teotihuacana, que evolucionó hasta adquirir un carácter politeísta más definido. La importancia del culto y de la organización sacerdotal puede comprenderse examinando en Teotihuacán los templos grandiosos y los millares de deidades grandes y pequeñas, así como las múltiples representaciones de sacerdotes e implementos rituales.

Esta religión presentaba ya tendencias moralizadoras más claramente establecidas, por lo que era de verdadera utilidad para el desarrollo de la población.

Predominó en esta religión el culto a los astros, principalmente al sol y a la luna, así como a los fenómenos naturales, como el viento (Quetzalcóatl), la lluvia (Tláloc), el fuego (Xiutecutli), etc., que la cosmogonía, la tradición heroica o la leyenda elevaron al carácter de dioses en el verdadero sentido de la palabra. Según una leyenda cosmogónica, el sol y la luna nacieron en virtud del sacrificio de dos dioses. En cuanto a los dioses de la lluvia y del fuego, aunque son vagos los elementos heroicos que definen la deificación de estos fenómenos naturales, no dejan de ser reconocidos, especialmente en Tláloc, de quien se dice haber sido en tiempos remotos un poderoso rey de los gigantes o quiname. Por lo que respecta a la deidad del viento, Quetzalcóatl, una leyenda mítica identifica a este gran sacerdote con Venus, el astro de la tarde; después, bajo un nuevo concepto, se le considera animando al viento. La misma leyenda de Quetzalcóatl en la época del florecimiento cultural azteca se asimila ciertas fases del desarrollo histórico de este pueblo. Pocas representaciones de estas deidades han podido ser identificadas, entre ellas las de los dioses del viento, de la lluvia y del fuego, las cuales fueron arquetipos de las del mismo género con que contó después el Olimpo azteca. En los últimos descubrimientos hechos en el edificio denominado La ciudadela e identificado por el subscrito como Templo de Quetzalcóatl a causa de las serpientes emplumadas rodeadas de caracoles marinos que lo adornan, se encontraron grandes representaciones de búhos dentados3 en lugares preeminentes; por otra parte, imágenes de esa ave aparecen profusamente modeladas en barro y pintadas al fresco, lo que sugiere que era representación de alguna de las principales deidades del Olimpo teotihuacano, por más que la tradición tolteca o teotihuacana nada dice a este respecto. Es curioso, sin embargo, recordar que el búho o tlacatecólotl era considerado en tiempos prehispánicos como espíritu o símbolo nefasto, y aun en la actualidad piensan los indígenas así, siendo bien conocido el proverbio que dice que cuando el tecolote canta, el indio muere. ¿No conducirá esto en investigaciones futuras a identificar en la religión teotihuacana el dualismo antagónico entre deidades favorables y desfavorables, entre el bien y el mal, que tan importante papel representa en otras religiones?

Tras un largo período se presentaron nuevos inmigrantes del N., de filiación azteca; y como la civilización de los teotihuacanos estaba endecadencia y su religión había degenerado, fué fácil a los recién llegados conquistarlos e imponerles su civilización y sus conceptos religiosos y fundir con éstos los de origen teotihuacano que habían logrado subsistir. El hermoso mito referente a Quetzalcóatl, representante de los principios conservadores teotihuacanos, luchando con Tezcatlipoca, que lo era de los aztecas innovadores, sintetiza bellamente esa remota pugna.

De la fusión de razas y civilizaciones vencidas y conquistadoras, surgieron el pueblo acolhua y la civilización del mismo nombre. Su religión fué el politeísmo de tipo azteca, ampliamente descrito por arqueólogos e historiadores; así, que no nos detendremos a examinarlo. Sin embargo, es oportuno recordar aquí que ese politeísmo evolucionó más marcadamente entre los acolhuas que entre los aztecas, tepanecas y otras agrupaciones indígenas de Anáhuac, llegando a afirmar algunos cronistas que el rey acolhua o texcocano Netzahualcóyotl abrigaba ideas religiosas monoteístas; también se dice que por encima de las múltiples deidades del Olimpo azteca reinaba un dios supremo y único denominado Tloque Nahuaque, lo que equivale a decir que aquella religión estaba en vías de trans-formarse en monoteísta. Creemos probable que estas interpretaciones monoteístas se deban a auto-sugestión de los cronistas o a preconcebido deseo de presentar así la cuestión.

Esta religión ejerció en los habitantes de la región una influencia moralizadora más intensa que las de anteriores períodos, pues había alcanzado más alto grado evolutivo.

Previniendo que se nos tache de indianistas a outrance por quienes juzguen que la influencia moralizadora a que nos hemos referido es discutible, puesto que había entonces prácticas dictadas por la religión y aprobadas por la moral que el criterio moderno halla en pugna con los más elementales principios éticos, como el sacrificio humano y la poligamia, etc., diremos, para quienes lo ignoran, que, para la época en que esas civilizaciones florecieron y para el grado evolutivo que habían alcanzado, esas prácticas estaban absolutamente dentro de la moral, así como en la vida moderna hay costumbres generalizadas que sólo contados observadores de lejana visión pueden identificar como inmorales. En cambio, muchos aspectos de la vida moral de esos tiempos pueden compararse favorablemente con las de los pueblos modernos que se precian de más civilizados y morales.

En principio, puede considerarse la implantación de la religión católica en el valle de Teotihuacán como un factor de civilización, que debió haber contribuído a moralizar a los indígenas y a consolarlos, en lo posible; pero, en realidad, la imposición de esa religión fué la causa principal, o una de las más importantes que motivaron la pronunciada ycontinua decadencia de la población indígena en la época colonial y en la contemporánea. El sojuzgamiento de los habitantes de Teotihuacán fué fácil y rápido, porque junto con el conquistador iba el fraile, descalzo y humilde, predicando amor y sujeción a los aborígenes, que preferían rendirse ante esa dulce persuasión que ante las altaneras amenazas de las tizonas españolas. Mas después, cuando estuvieron vencidos e inermes los indios ¿qué se hizo de aquella caridad y de esa cristiana dulzura? ¡Se transformaron en explotación, despojo y miseria para los conquistados! El monoteísmo católico no pudo ser impuesto en substitución del politeísmo acolhua-azteca, no obstante que se apeló a la inquisitorial hoguera para quemar a un indio hereje de Texcoco, crimen que produjo tal horror, que el monarca español ordenó que la Santa Inquisición no hincara más sus garras en las morenas carnes de los aborígenes.

Entonces se cambió de sistema, haciendo una transacción: las ideas religiosas indígenas fueron conservadas, pero se les revistió con el ropaje del catolicismo; además, las ideas de esta religión iban siendo lentamente infiltradas o fundidas con las indígenas. Los bailes indígenas o areitos, como los llamaban los cronistas, fueron transformándose lentamente en las danzas que todavía hoy se acostumbran en los pueblos del valle y en las cuales se hizo figurar a moros y cristianos, santos y demonios, unos vestidos a la usanza española y otros luciendo los arcaicos penachos de plumas de los areitos. Las deidades de la guerra, la lluvia, el maíz, etc., fueron conservadas en sus atribuciones fundamentales; pero se les dió el nombre y la vestidura de diversos santos; los Cristos presentaban derroche de sangre y heridas, lo que, por asociación de ideas, recordaba a los indios sus sangrientos ritos. El infierno no tenía símil satisfactorio en la religión indígena; pero como sería de gran trascendencia aprovechar el temor que inspirara, se le representó de la manera más objetiva y espeluznante, hasta lograr que inspirara profundo temor la amenaza de ser conducido a él, temor que en la actualidad es tan intenso como lo fué hace siglos. Innumerables observaciones análogas podrían agregarse para hacer ver que en la época colonial las ideas religiosas constituyeron un burdo politeísmo, yaque los indígenas nunca comprendieron los dogmas católicos y, en cambio, desnaturalizaron sus antiguas ideas autóctonas, lo que, para el clero y las órdenes religiosas, no ofrecía importancia, ya que nunca se empeñaron en cambiar ese estado de cosas.

Naturalmente que semejante religión no ejerció influencia moralizadora alguna en los pobladores del valle, sino que fomentó en ellos el más deprimente de los fanatismos. Entonces, ¿cuál fué su acción—se preguntará—, puesto que debe haber tenido alguna? Los resultados efectivos que se buscaron y se obtuvieron al implantar la religión católica fueron los siguientes: las órdenes religiosas y el clero secular se hicieron dueños de la conciencia y de la voluntad de los indígenas, de su propiedad rural, de su trabajo personal, de todo aquello, en resumen, que podría traducirse en bienestar y holgura para clérigos y frailes, entre los que, por supuesto, se contaron honrosas, pero rarísimas, excepciones. No se crea que exageramos, pues la idea fundamental que hemos deseado presida esta obra es la de un desapasionamiento absoluto. Para convencerse de ello, visítense las quince o veinte iglesias coloniales, de muy costosa fabricación, que hay en ese valle, habitado por 8,330 personas cuyas habitaciones, en cambio, están constituídas por miserables jacales.

En apoyo de lo que venimos afirmando, transcribimos la acusación que el piadoso Arzobispo Montúfar, autoridad indiscutible en esta materia, hizo ante el Consejo de Indias. Decía lo siguiente:

"Lo otro es que se debe dar remedio a las grandes costas y gastos y servicios personales y obras suntuosas y superfluas que los religiosos hacen en los pueblos de los dichos indios todo a sus costas. En lo que toca a las obras de los monasterios van tan soberbias, en algunas partes y donde no ha de haber más de dos o tres Frailes que para Valladolid sobrarían; y hecha una casa otro Fraile que viene si le parece derribarla y pasarse a otra parte lo hace y no tiene en nada un religioso el emprender una obra nueva que cuesta diez o doce mil ducados, que diciendo y haciendo todo es uno, trayendo en las obras por rueda a los indios, quinientos y seiscientos mil hombres sin darles jornal, ni aún bocado de pan que coman y por rueda a la dicha obra de cuatro, seis y doce leguas, a otros les echan cal y la compran a su costa y otros materiales, dos obras he visto hasta ahora hechas en un monasterio que la una tendrá de costo más de ocho o diez mil ducados y la otra poco menos; cada una de ellas se comenzó y acabó dentro de un año, a costa de dineros y sudor y trabajo personal de los pobres y aún quieren decir que algunos indios mueren en las dichas obras del dicho trabajo a que no están acostumbrados y poca comida y fuera de sus casas. Y agora visité otro pueblo, donde se habían hecho tres Monasterios de una mesma orden, el uno pobrecillo y el otro muy bueno y que pudiera servir para cualquier pueblo de Castilla; y acabado el dicho Monasteriotodo de cal y canto, y una huerta muy solemne y cercada de piedras, y porque a un religioso le pareció mejor otro asiento dentro de dicho pueblo, ha cuatro años que comenzó otro monasterio bien suntuoso y una iglesia de las buenas que ellos tienen en su orden en España; y casi todo está acabado y el otro derribado."

"En un monasterio de Padres Agustinos hemos sabido que se hace un retablo, que costará más de seis mil pesos, para unos montes donde nunca habrá más de dos frailes, y el Monasterio va superbísimo y hemoslo reñido y no ha aprovechado nada; el pueblo se llama Epazuyuca, pequeño y de pobre gente, todo a costa de los dichos mazeguales y derramas que para ellos se hacen y en estos son muy culpados los padres de San Agustín, que con tener más renta la casa de esta Ciudad de México que yo tengo de mi Arzobispado, han levantado y traen obras tan gruesas en pueblos pequeños, todo a costa de los indios ques de doler, y yo y vuestro Visorrey no lo podremos remediar."

Examínense los títulos de las tierras regionales y se verá que todos o casi todos pertenecen a conventos, iglesias y curatos, en tanto que los antiguos poseedores de esas tierras se veían obligados a mantener con sus tributos a la densa casta sacerdotal y a construir sus edificios religiosos, en medio de las mayores penalidades y miserias. Léase en esta obra lo referente a pleitos entre agustinos y franciscanos, que pugnaban entre sí por explotar exclusivamente a los habitantes.4 Contémplese el Códice de San Juan Teotihuacán que aparece en esta obra y que es un conmovedor documento, capaz de convencer al más endurecido y ciego de los fanáticos. Se trata de una queja que presentaron en escritura jeroglífica a las autoridades reales los indígenas que construyeron el convento de Acolman y probablemente otros.

Ignorantes de la escritura española y conservando todavía el uso de la jeroglífica, pintaron un verdadero códice, en el que aparecen las penalidades a que estaban condenados durante la construcción de los templos; hileras de hombres conducidos con colleras como reses salvajes; otros caminando con grillos; algunos con cepos o dislocantes potros inquisitoriales; todos sangrando lastimosamente de pies a cabeza. Algunos frailes regordetes aparecen en la pintura luciendo vestiduras talares: son los verdugos; uno de ellos azota las espaldas sanguinolentas de un indígena, en tanto que a otro lo golpean cruelmente con el pie. Aparecen también en el documento acusador los exorbitantes tributos que, so pena de incurrir en tremendos castigos, tenían que dar esos esclavos: vigas y postes de madera, piedras talladas, trigo, tortas de maíz, etc., etc. Este documento es de gran valor histórico, pues su significación no debe circunscribirse a las arbitrariedades de las órdenes religiosas en la región, sino en toda la Nueva España. Era ya cantilena insistente aquella de que los frailes borraron con su caridad y su amor a los indios las crueldades de los conquistadores. En nuestra opinión, aquéllos son merecedores de más dura crítica que éstos, que siquiera expusieron la vida en mil campañas y no se ocultaron con el manto de la hipocresía. Queda, pues, sentado que si los Sahagunes y Las Casas fueron verdaderos padres de los indios y varones de altas virtudes, en cambio, ¡quién sabe cuántos frailes sanguinarios y expoliadores debieron morir en la horca!

Creemos, por último, suficientemente demostrado que la religión mixta o católico-pagana que presidió la vida de la población de Teotihuacán durante la época colonial, no sólo no fué moralizadora, sino más bien desmoralizadora y altamente perjudicial para el desarrollo de dicha población.

Veamos ahora cuál es el efecto moral y las ventajas o desventajas que produce en la población actual del valle la obra de la Iglesia Católica.

La Independencia no trajo consigo cambios sensibles en cuanto a la situación religiosa, pues siguió siendo la misma que era en los tiempos coloniales. A mediados del siglo XIX, las Leyes de Reforma sí dieron golpe mortal al viejo sistema al abolir las órdenes religiosas y confiscarles sus bienes; desgraciadamente, aparejada a tan benéficas leyes, vino la disposición de que las tierras comunales de los pueblos fueran divididas entre los vecinos, que quedaron constituídos como propietarios aislados de sus respectivas parcelas, resultando que éstos las vendieron a cualquier precio y que las acapararon los grandes terratenientes.

La derrota del clero y de las órdenes religiosas dió un descanso a los habitantes; pero éste fué muy corto, pues al ascender al Poder el General Díaz, paulatinamente devolvió a la Iglesia prerrogativas y privilegios, aunque éstos nunca más revistieron la importancia que anteriormente tenían. Las revoluciones que se han sucedido desde 1910 volvieron a restar elementos a la Iglesia.

Al presente, el acervo de ideas religiosas de la población conserva el mismo carácter híbrido y extravagante del catolicismo pagano a que antes nos referimos. Las órdenes religiosas habían desaparecido de la región; pero últimamente han comenzado a establecerse en ella, pudiéndose citar el conventículo de la villa de San Juan Teotihuacán, en el que frailes josefinos siguen prácticas monásticas, amén de hospedar a numerosos novicios; hasta hoy, sin embargo, no es apreciable la influencia desfavorable que más tarde ejercerá en el valle ese convento, que los frailes han llamado colegio, si no se pone el remedio oportuno. Periódicamente visitan a los habitantes los llamados misioneros, que a su salida llevan consigo millares de pesos que les han sido pagados por confesar a los fieles, casarlos, etc., etc.

Los curas, es decir, los clérigos, constituyen hoy la mano fuerte de la Iglesia en la región y, salvo contadas excepciones, su presencia en el valle es tan funesta como lo fué la de sus antecesores en otras épocas, según vamos a demostrarlo. La situación económica de los habitantes es desastrosa y, sin embargo, están obligados a pagar sumas exageradas para obtener los servicios que la Iglesia debiera ministrarles, si no gratuitamente, cuando menos a un costo reducido: misas, entierros, bautismos y casamientos tienen tan alta tarifa, que muchas personas prescinden de ellos, no obstante su fanatismo, pudiendo servir de ejemplo, para esto, el número crecido de concubinatos que hay y que son debidos a la imposibilidad económica en que están los interesados para contraer matrimonio eclesiástico. Los fiscales, que son indígenas conocedores de los recursos de los habitantes y encargados de colectar limosnas, constituyen auxiliares preciosos para la Iglesia, tanto por la eficiencia de sus servicios como porque éstos son gratuitos. Además de las citadas gabelas, deben mencionarse los famosos diezmos, que, aun cuando parezca extraordinario, se hace pagar a los habitantes por conducto de los fiscales. La confesión y la comunión no cuestan nada; así, que poca atención prestan a tal capítulo los curas. Pero lo que pone de manifiesto el aspecto meramente mercantil de la Iglesia, es que hay buen número de pequeños pueblos que por sus miserables condiciones no pueden sostener cura; pues bien, acúdase a esos lugares y se verá que sus habitantes cumplen rara vez con los preceptos católicos, es decir, son, involuntariamente, malos o defectuosos católicos, según el criterio de la Iglesia. ¿Qué hacen los curas en tales casos? ¿sacrificarse por su ministerio e ir a prestar sus servicios a esos desheredados por más que no reciban retribución? No, no proceden así; simplemente abandonan a esas ovejas poco productivas, importándoles un bledo su bienestar espiritual.

Otro aspecto que es digno de especialísima atención es el relativo al pretendido celibato que aparentemente guardan los curas. Consta a los habitantes y nosotros, que directamente lo hemos observado, que los sacerdotes, generalmente, viven en estado marital. Es innegable el perjuicio que tal anormalidad social produce a los habitantes. Desde luego los gastos que esa manera de vivir ocasiona a los curas, son forzosamente expensados por los feligreses; en seguida, hay el peligro inminente en que pueden verse las esposas e hijas de los confiados campesinos, sobre todo si se tiene en cuenta que consideran al cura revestido de carácter divino. Por último, los bastardos de esas uniones reprochables están condenados al estigma social.

En la región ha habido terribles epidemias, sequías, malestar colectivo, etc., y, sin embargo, nunca, o casi nunca, hemos visto a los curas de la región curar a los enfermos, socorrer a los hambrientos, consolar a los parias. Se dedican a prestar los servicios de su ministerio de manera mecánica y solamente a aquellos que pueden retribuirlos.

Como tipo de los sacerdotes cuya llamada acción religiosa es altamente perjudicial para la población, podemos mencionar a uno que fué cura de la villa de San Juan Teotihuacán y que reunía todos los inconvenientes a que antes nos referimos. Innumerables quejas se presentaron a la Mitra de México sobre los delitos que había cometido, y, aunque bastante tiempo esas quejas fueron desatendidas, a la postre, el cura acusado abandonó su parroquia, no sabernos si por orden de la Mitra o simplemente para ser removido a otro curato, en cuyo caso compadecemos a sus nuevos feligreses.

En cambio, en el pueblo de San Martín de las Pirámides hay un cura de raza mezclada, representativo de los muy raros sacerdotes benéficos a la población. Este excepcional pastor sí vela afanosamente por el bienestar espiritual de su grey, alivia sus miserias materiales, les enseña principios de higiene personal y colectiva y hasta procura y costea esparcimientos y diversiones, como circos, comedias, etc., que desempeñan pequeñas farándulas ambulantes.

En resumen, la influencia de la religión católica, según se practica e interpreta por la mayoría de los sacerdotes del valle de Teotihuacán, resulta altamente perjudicial para los habitantes, aun cuando éstos, cegados por prejuicios fanáticos, no lo noten o no quieran advertirlo. Esa religión debiera ser un factor de moralización adecuado al criterio de una población que, estando, como está, en una etapa cultural retrasada, no puede todavía obrar de acuerdo con cánones puramente éticos.

En las conclusiones finales se sugieren medios para mejorar las condiciones del problema religioso regional.

El "folk-lore" regional.—Muchos y muy discutidos son los conceptos existentes sobre folk-lore; así, que no creemos oportuno traerlos a cuento aquí, ya que en el correspondiente capítulo de esta obra se trata tal punto con relativa amplitud; nos parece preferible explicar objetivamente en qué consisten las manifestaciones folk-lóricas del valle. Siendo tan difícil diferenciar satisfactoriamente el folk-lore de la Etnografía propiamente dicha, advertiremos que nos será imposible evitar algunas confusiones a tal respecto.

El conocimiento que la mayoría de los habitantes de Teotihuacán tienen de sí mismos y del mundo que los rodea, no es de índole científica, ni tampoco está informado en lo que lecturas de diversos géneros pudieran sugerirles, ya que, como en distintas ocasiones hemos dicho, no tienen a su alcance libros, periódicos ni impresos en general. Sin embargo, poseen un conocimiento, un concepto, el cual está fundado en peculiares interpretaciones de hechos actuales y pretéritos. En efecto, un gran número de población es analfabeto, y en cuanto a la minoría restante, que sabe leer, jamás ha leído ni puede leer otra cosa que los libros elementales que le ministraron esa enseñanza, pues carece de otros impresos. A cambio de esa carencia de informaciones que pudieran suministrarles el libro, la revista y el periódico, poseen tres fuentes de información bien profusas: 1º—Las tradiciones, que han venido transmitiéndose verbalmente. 2º—Apreciaciones directas de carácter actual. 3º—Interpretaciones de esas apreciaciones, transmitidas verbalmente.

Entre los habitantes de nuestras ciudades modernizadas, por ejemplo, la Capital, las tradiciones verbales han disminuido sensiblemente y las observaciones directas son circunscriptas, limitadas e incomparablemente menos acuciosas que las de aquéllos. Por último, es débil la transmisión verbal que se hace de interpretaciones sobre hechos actuales. El material impreso, con sus mil tentáculos de pulpo gigantesco, entra en todos los rincones y en todos los cerebros y hace conocer las experiencias del pasado, los hechos del presente y las probabilidades del futuro. La tradición verbal se hace estorbosa; la observación directa queda reservada a los especialistas. Los profesionistas, los investigadores, los eruditos se forman, así, un concepto científico de la vida interna y externa; el gran vulgo no logra esto, pero alcanza conocimientos relativamente autorizados, si no por medio del libro, con la ayuda del periódico barato, que es la preciosa enciclopedia de los pobres. Resta siempre un grupo de analfabetos, es cierto; pero éstos, por conocido fenómeno psicológico, reflejan mecánicamente el pensamiento colectivo de aquéllos. Por supuesto que lo asentado no quiere decir que en la Capital no existan manifestaciones folk-lóricas, pues sí las hay; pero están incomparablemente menos generalizadas y son mucho menos profusas que en las poblaciones rurales.

Lo expuesto explica suficientemente por qué la vida intelectual de los campesinos teotihuacanos difiere profundamente de la de los habitantes de la metrópoli. Los primeros comprenden la vida folk-lóricamente, es decir, como ellos la interpretan, con exclusivo criterio regional, y como la interpretaban sus antecesores, en tanto que el concepto de los segundos es relativamente normal, pues está basado en las informaciones que suministra a su criterio el progreso moderno.

Expongamos algunos ejemplos que ilustren la cuestión: si un habitante de la Capital está seriamente enfermo, generalmente consulta al médico, porque sabe que ese profesionista es apto para curarlo. En el valle no se acude al médico, sino que los mismos familiares del paciente diagnostican, desde luego, si se trata de verdadera enfermedad o de maléficas influencias producidas por brujería. En el primer caso, se ocurre a los curanderos de uno u otro sexo, a las parteras o a los compone-huesos. No nos detendremos a enumerar los numerosos remedios de origen vegetal y animal que se usan en la farmacopea folk-lórica, ni a criticar los sistemas de massage que se aplican; mas debemos confesar que, si bien esos procedimientos curativos son empíricos, en algunos casos es preferible aplicarlos, en vez de abandonar al enfermo, ya que, según dijimos, no existen médicos en la región. Por lo demás, la experiencia que por decenas de centurias se ha transmitido a los indígenas del valle al usar sus plantas medicinales y sus métodos de Obstetricia y massage, recuerdan que la Medicina europea de hace uno o dos siglos no era ni más ni menos adelantada.

Si creen los familiares o el mismo paciente que la enfermedad es resultado de brujería, se acude a brujos o brujas que, por medio de conjuros, exorcismos y otras ceremonias mágicas, procuran hacer que el mal desaparezca. Si juzgamos que no hay médicos en la región y tenemos en cuenta la tradicional experiencia de curanderos y compone-huesos, puede disculparse y aun aceptarse el sistema curativo de éstos; pero en lo que respecta a brujos, brujas y brujerías, creemos que su acción es con frecuencia perjudicial, como sucede también con cartomancianas, profetisas y otras brujas que actúan en la misma Capital. Por supuesto que estamos lejos de ridiculizar la influencia efectiva y real de las energías psíquicas, magnéticas, hipnóticas, telepáticas u otras que intervienen en esas prácticas cabalísticas; ignoramos su manera de manifestarse; pero suponemos que existen.

Como ejemplo típico del primer caso, podemos mencionar lo sucedido al niño Patrocinio Méndez, que sufrió la fractura del fémur con desgarramiento muscular y abundante hemorragia, permaneciendo al cuidado de un curandero durante quince días. Si bien ese individuo no logró curarlo, en cambio detuvo la gangrena durante un largo período, no obstante que la herida estuvo constantemente abierta; no pudimos investigar qué medicinas vegetales usó. Posteriormente, dicho niño fué traído a la Cruz Roja de México y atendido con resultados extraordinariamente encomiables, pues en la actualidad anda normalmente.

Con respecto a brujerías, puede también citarse algo típico: el caballerango de la zona arqueológica, Angel Huesca, comenzó a adolecer súbitamente de un tumor en el hombro derecho, el cual atribuía él a mal de ojo que le había hecho una mujer, por haber arrojado fuera de la zona algunos animales que pertenecían a aquélla. Huesca consultó a curanderos, que, no atreviéndose a intervenir quirúrgicamente, aplicaron pomadas, fricciones y yerbas, sin éxito alguno. En vista de este fracaso, se dirigió a las brujas con el fin de que contrarrestaran el mal de ojo de que era víctima; pero, como era de esperarse, tampoco obtuvo alivio. Hay que advertir que el subscrito propuso desde un principio al citado Huesca que en México podría ser curado gratuitamente y de modo radical, oferta que insistentemente fué declinada, hasta que, viendo la ineficacia de curanderos y brujos regionales, resolvió venir a la Cruz Roja, por gestiones de la Dirección de Antropología, siendo su curación rápida y radical, lo que en algo contribuyó a debilitar su fe en la Medicina y en la magia de la región.

Es de mencionarse, igualmente, el levantamiento de los espíritus al que se hace amplia referencia en el capítulo respectivo (láminas 90, b y c y 91 del tomo II). Las innovaciones favorables a la población que ha implantado la Secretaría de Agricultura y Fomento, por conducto de la Dirección de Antropología, engendraron animadversión en los vecinos de cierta hacienda, los cuales, pretendiendo perjudicar los intereses federales representados por la zona arqueológica, procuraron alejar las lluvias de la citada zona, lo que, para el criterio campesino, constituye el más terrible maleficio. Con tal objeto, enterraron botellas con agua de gloria (agua bendecida en el sábado de Gloria) en diversas partes de la zona. Por una circunstancia casual, pero en cierto modo sorprendente, dados los antecedentes citados, las lluvias fueron muy escasas en la zona, con gran contentamiento de los pretendidos autores de la sequía. Sin embargo, éstos vieron fracasadas sus intenciones al saber que, lejos de perjudicar la ausencia de lluvias a la zona arqueológica, le era benéfica, pues contribuía a la mejor conservación de las estructuras arquitectónicas descubiertas.



Continuación

NOTAS
1 Aunque algunos de los comentarios que se hacen en esta parte corresponden más propiamente a las conclusiones, las hemos incluido aquí, porque en el fondo en imposible separar unos de otras.
2 En las excavaciones del Pedregal de San Angel encontramos una representación rudimentaria del dios del fuego, y en otros lugares del valle de México hemos adquirido imágenes arcaicas o pedregalenses de Tláloc. En el capítulo de la segundo parte sobre Artes Menores demostramos que la cultura teotihuacana tuvo su origen en arquetipos pedregalenses. Posteriormente encontramos que ambas ideas religiosas probablemente se derivan también de las pedregalenses.
3 Posteriormente se han hecho sobre estas esculturas interpretaciones que quizá son más exactos entre ellas la del profesor José María Arreola que cree son representaciones estilizadas de Tláloc.
4 Párrafo 3 del capítulo IV de la tercera parte.
 

 
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