EL IMPERIO DE LAS CUATRO PROVINCIAS DEL MUNDO O IMPERIO DE LOS INCAS (y 3)
H. D. DISSELHOFF

LA ESTRUCTURA INTERNA DEL IMPERIO INCA (fin)


La religión

Sabemos perfectamente que, en materia religiosa, los incas tenían una política llena de sabiduría, consistente en dejar subsistir los antiguos cultos locales a pesar de que la religión oficial del Estado estaba basada en el culto al sol, y éste era impuesto a todo el Imperio. Con lo cual las divinidades de las provincias hallaban su lugar en los templos de la capital, en donde eran veneradas sin temor a que sus fieles fueran ofendidos por los demás.

La religión del viejo dios creador peruano se remonta a las épocas preincaicas. El nombre completo de esta divinidad suprema (que en los escritos de los cronistas españoles no suele aparecer más que en su forma abreviada de Huiracocha), nos muestra que en él se habían reunido, en la época inca, varios de los aspectos de los grandes dioses de la región de los Andes. En la crónica escrita por el sacerdote católico Cristóbal de Molina (mestizo de Cuzco que en 1572 acompañó al Inca Tupac Amaru al lugar de su suplicio), se nos dice que el reformador Pachacutic, hablando ante sus consejeros, afirmó que él dudaba de que el dios del sol fuese el creador de todas las cosas, puesto que era suficiente una nube para ocultarlo, y que el mundo no podía haber sido creado más que por un dios más poderoso que él. No debe excluirse el hecho de que Cristóbal de Molina nos diese en este lugar una interpretación cristiana de la teología inca, pero, en todo caso, las gentes pertenecientes a la clase superior debían de tener una más alta idea acerca de la divinidad creadora.

Los monarcas incas pretendían descender del dios solar, y eran considerados por las gentes del pueblo como encarnaciones de esta gran divinidad, venerándolos como a hijos de los mismos. Sin embargo, en el principal templo de Cuzco, denominado por los españoles el "templo del Sol", eran adorados otros dioses, ante todo Ilyapa, dios del rayo y de la lluvia, y Mama-Kilya, diosa de la luna, que, en un principio, en la zona costera, era más venerada que el dios solar. En Cuzco, lo mismo que en China, todavía en la actualidad, cuando se produce un eclipse de luna, las gentes creen que este satélite ha sido engullido por una fiera monstruosa, y organizan una enorme algazara para hacer que huya. Recordemos que el calendario litúrgico de los incas se basaba en las fases de la luna.

Además de Mama-Kilya, existían otras divinidades femeninas, como la "Madre de la tierra", diosa de la fecundidad, que era adorada en la montaña, y la "Madre del océano", cuyo culto era, naturalmente, mayor en las zonas costeras que en las restantes. También eran venerados un cierto número de astros y de constelaciones considerados como divinidades protectoras de varias especies de animales; es por ello por lo que un grupo de estrellas de la constelación de la Lira eran consideradas como una llama sagrada de piel moteada, que tenía el poder de lograr una gran multiplicación de las llamas en la tierra.

Los incas, con el fin de obtener la protección de los dioses, les ofrendaban oraciones y sacrificios. Sabemos, por una serie de oraciones que el padre Molina de Cuzco nos ha reproducido en lengua indígena y en español, que la mayoría de ellas están dirigidas al Creador. Molina nos dice que estas oraciones eran dichas durante las ceremonias de la fiesta del mes de agosto, cuando tenía lugar en las regiones montañosas el comienzo de la estación de las lluvias, y el primero de los sacrificios era realizado en honor a este dios.

Ya desde tiempos muy antiguos, los peruanos, lo mismo que los mexicanos, practicaban la confesión de los pecados, con lo que creían poder librarse de las enfermedades y de la desgracia. Cuando el Inca caía enfermo, la gente del pueblo debía hacer pública confesión de sus culpas. El americanista finlandés Karsten explica que esta confesión colectiva había sido una hábil invención política de los monarcas, y en ello hay algo de cierto, puesto que los súbditos estaban obligados a confesar las faltas cometidas contra las leyes del Inca. Pero la misma confesión pública pone de manifiesto de una manera evidente que existía una relación de naturaleza religiosa entre el pueblo y el soberano; las gentes no se confesaban solamente por su propio bien, sino asimismo por el de sus parientes próximos y el de los jefes, así como para obtener eventualmente su curación, y sobre todo para asegurar la salud del Inca. En efecto, ellos creían que sus pecados podían serle nefastos, de modo que místicamente hacían depender su dicha y su desgracia de la suerte que corriese este divino monarca. También era necesario que el Sapay Inca estuviese bien para que el astro del día pudiese cumplir su función del modo conveniente.

Entre los cultos inferiores del Imperio inca, algunos de los cuales han sobrevivido a la cristianización, e incluso han llegado a nuestros días bajo la forma de supersticiones secretas, el de los huacos no es ni mucho menos el más importante. Los actuales peruanos dan el nombre de huacas a la mayor parte de las ruinas antiguas, así como a los antiguos cementerios, y el de huacos a los cuencos de barro procedentes de tumbas antiguas. Pero en época de los Incas se conocía por el nombre de huacas a las fuerzas sagradas apegadas a algunos lugares; solían encontrarse en las momias de antepasados, en las fuentes, en los peñascos, en las cuevas, y, sobre todo, en las sepulturas.

Los incas, que acostumbraban a ofrecer con frecuencia bebidas y alimentos a los dioses, no les hacían sacrificios humanos más que de un modo muy esporádico. Algunos cronistas españoles del siglo XVI han llegado incluso a negar la realidad de estos sacrificios, y Cieza de León, considerado con justicia uno de los cronistas más dignos de fe, ha señalado tanto la buena voluntad de las personas sacrificadas como la poca frecuencia de las inmolaciones rituales de víctimas humanas. Según el padre Cobo, no se sacrificaban niños más que cuando subía al poder un nuevo soberano, o cuando éste estaba enfermo, o se preparaba para ir a la guerra. Cuando fallecía el Inca, existía la obligación de que su esposa le siguiese al más allá, hecho que convertían en una cuestión de honor. El sacrificio de los niños representaba una expiación mágica, que tenía por fin el prolongar la vida del monarca. Se rogaba con tanto fervor por la fuerza y longevidad del Sapay Inca, como por la eterna juventud de su padre, el sol. Los animales sacrificados con mayor frecuencia a los dioses eran las llamas, y es probable que en muchas ocasiones fuesen ofrecidos a los dioses preciosos vestidos en miniatura, así como figuras de oro y plata representando llamas o seres humanos, en sustitución de las víctimas vivas; podemos, pues, imaginarnos fácilmente que los incas hubiesen acabado por suprimir por completo los sacrificios humanos.

Por otra parte, las víctimas inmoladas no eran, como en México, prisioneros de guerra, sino individuos del pueblo, pertenecientes al Imperio sobre el que velaba el soberano. Poseemos muchas razones para creer que, al lado de sus títulos de "Inca único" y de "hijo del Sol", tenía también el de "amigo de los pobres"; en cuanto a su esposa, era conocida con el nombre de Mamanchic, "Nuestra Madre".


La civilización material

La victoria de los incas y la expansión de su Imperio desde la región central de los Andes hasta la parte montañosa del Norte de Argentina y la costa de Chile, por el sur, hasta la frontera entre el Ecuador y Colombia, por el norte, no han sido debidas a la superioridad técnica de sus armas, sino a su capacidad espiritual, hecho que no se da únicamente en la ejemplar organización de su Estado. La enorme red de caminos reales que surcaba su inmenso territorio, uniendo las diversas provincias entre sí, y sirviendo tanto para fines militares como comerciales, sus numerosos campos escalonados en terrazas y retenidos por muros, sus sistemas de riego, y otras instalaciones que tenían por finalidad el revalorizar todo lo posible las tierras cultivables; todo ello no hubiese sido posible sin el trabajo colectivo de grandes masas de hombres, obligados de un modo temporal a servir al Estado. Estas gentes realizaban su tarea con agrado porque tenía utilidad para ellos, y también porque les ahorraban tanto esfuerzo como fuese posible, en lugar de explotarlos con exceso como hicieron después los españoles. Como ya hemos dicho, no existían en el Imperio los esclavos propiamente dichos.

Parece que fueron los incas quienes extendieron el uso del bronce hasta el Norte del Perú, aunque en el altiplano del sur ya había sido inventado antes de su aparición. Sin embargo, el hecho de que enseñasen de una manera perfecta la técnica de esta aleación, no quiere decir que fabricasen únicamente instrumentos de metal de calidad superior. El cobre, trabajado en frío con el martillo, no posee ni mucho menos la dureza del bronce; pero, al mismo tiempo que producían objetos de bronce, continuaron fabricándolos en cobre puro, e incluso en tiempos de la Conquista utilizaban todavía cabezas de maza de piedra al mismo tiempo que otras hechas de bronce, cobre u oro. En muchas ocasiones, existe una sorprendente similitud entre las armas de piedra y las de metal. El excelente americanista sueco Nordenskiöld ha demostrado cómo las hachas de cobre o de bronce pudieron derivar tipológicamente de las de piedra. En la época de los incas existían hachas de piedra y de metal en forma de T, y en la costa existían ya durante el período mochica hachas en forma de media luna. Los instrumentos peruanos de cobre cuyas formas no corresponden a las formas incaicas, pueden ser consideradas como productos locales fabricados antes de que el bronce fuese extendido por los ejércitos incas. La maza, arma de combate utilizada por los incas, así como por la mayoría de los pueblos peruanos, era más eficaz que cualquier tipo de hacha. En lo que se refiere a las lanzas cortas con que estaban armadas algunas tropas, su uso no se extendió verdaderamente hasta después de que los españoles introdujesen las lanzas de hierro en el Perú. Cuando el parlamentario Rodríguez de Figueroa fue, en 1556, a la provincia salvaje y montañosa de Vilcabamba con el fin de negociar la conversión al cristianismo del hijo de Manco Capac II, pudo ver al Inca armado con una lanza corta, cuya punta era de hierro, mientras que sus gentes llevaban lanzas con la punta de cobre, así como alabardas y puñales hechos del mismo metal.

La honda, arma característica de los pastores del altiplano, era el arma arrojadiza más importante entre los incas. El propio Inca no desdeñaba el usarla; en un antiguo dibujo, vemos a Huayna Capac durante una campaña en el Ecuador, sentado en su litera, y con una honda en la mano derecha; la honda era también el arma del dios de la lluvia. Y, de creer a los cronistas españoles, los proyectiles lanzados con las hondas surtían un gran efecto. Sólo las tropas auxiliares reclutadas en la selva transandina utilizaban los arcos; algunas formaciones del ejército estaban armadas también con propulsores de jabalina. Los guerreros llevaban armaduras de algodón acolchado semejantes a las utilizadas por los mexicanos, y los españoles las encontraron tan prácticas que en muchas ocasiones las adoptaron; no se trata de una arma defensiva inventada por los incas, puesto que otras semejantes eran utilizadas en los Andes antes de la llegada de los mismos, y lo mismo sucedía con las diversas modalidades de cascos.

No era, pues, por sus armas por lo que los incas eran superiores a los pueblos por ellos sometidos, sino por la táctica de sus jefes, la disciplina de sus tropas, el hecho de que, en caso de necesidad, procediesen a realizar levas en masa, y también por la fuerza espiritual que para ellos representaba la gloria de los nombres de sus monarcas divinizados.

Ellos pudieron desarrollar su cultura basándose en la de los pueblos que habitaron con anterioridad el Perú; sus orfebres aprendieron diversos procedimientos de fundición y de aleación de los pueblos sometidos de la costa, aunque sus obras por lo común son más groseras que las del litoral, puesto que el realismo de sus figurillas de oro o plata permite que las obras de la región costera sean reconocidas con facilidad. Las obras damasquinadas de oro y plata, lo mismo que los objetos hechos de dos metales distintos ensamblados por soldadura, son típicas de la orfebrería inca.

En las pinturas de los vasos y en la decoración de los tejidos de los incas, no se advierte el soplo místico que animaba las obras de los ceramistas y tejedores más antiguos del Perú. La maestría de los ceramistas se advierte por su sentido de la proporción y del color, y es éste el hecho por el cual se han sabido ajustar a un número de formas muy limitado, siendo las más típicas las ánforas y las copas poco profundas. Los tejedores ejecutaban adornos en los magníficos tejidos de los nobles, a base de dibujos cuyos motivos repetían constantemente, y realizados con lana de vicuña y de alpaca finamente hilada; los españoles creían con frecuencia que el tejido brillante con que estaban hechos había sido realizado con seda. A diferencia de los de los Incas, no estaban cortados, sino que eran piezas de tejido con las que se cubrían tal como salían de manos del tejedor. La decoración de los tejidos era siempre agradable y decorativa pero sobria, y jamás se encuentra en ellos la fantasía desbordante y la magia misteriosa que aparece en algunos vestidos ceremoniales de la época de Tiahuanaco o en los grandes lienzos de Paracas.

Es en la arquitectura, robusta y austera, en donde se ha puesto de manifiesto el estilo del gran Imperio inca; dotada de una grandiosa simplicidad, había renunciado a todo accesorio ornamental, de modo que el universo que representaba es fundamentalmente distinto del que aparece en las fachadas suntuosamente decoradas de los templos y palacios de los sacerdotes mayas, o en los edificios sobrecargados de símbolos religiosos de la mayoría de los pueblos precolombinos meso-americanos. Los cronistas españoles nos han hablado de las placas de oro y plata con que estaban revestidas las paredes interiores del templo del Sol, y es también muy probable que las paredes de muchas de las cámaras de los palacios reales estuviesen recubiertas con bellos tejidos. Ahora bien, es evidente que los arquitectos de los grandes Incas renunciaron por completo a la decoración arquitectónica, de la que encontramos tan abundantes muestras en las demás regiones del área cultural del Perú, como son las cabezas esculpidas representando divinidades que adornan una de las paredes del templo de Chavín de Huantar, u otras de las muchas esculturas decorativas del período de Chavín, o bien los ricos bajorrelieves de las paredes de barro de algunos edificios de la costa, e incluso las grandes pinturas de las paredes de adobe de los templos mochicas; dentro de la arquitectura inca no existe nada de este tipo.


Expansión del Imperio inca.

No debemos olvidar que las gentes del pueblo habitaban en casas muy modestas, redondas o rectangulares, construidas a base de adobes; en las regiones montañosas predominaban las casas con paredes formadas de piedras sin tallar y ensambladas con mortero hecho de barro. Los canteros incas debieron de tener una técnica muy desarrollada, que probablemente debió de ser la herencia de Tiahuanaco, aunque no utilizaban estas artes más que para la construcción de los edificios públicos y templos. Las más célebres fortalezas incas, como Sacsahuamán, Ollantaytambo y Macchu Picchu, han sido indudablemente construidas tomando como modelos los edificios religiosos. Varios arqueólogos, basándose en los diversos métodos empleados para la construcción de las paredes, han intentado establecer una secuencia de períodos arquitectónicos. Indudablemente, John H. Rowe tiene razón al decir que todas las construcciones de Cuzco han sido edificadas durante un corto período de sólo noventa años, es decir, el que siguió al temblor de tierra de 1440, después del cual el Inca Pachacutic dio orden de reconstruir la capital. Sin embargo, para realizar este trabajo debieron servirse también de materiales antiguos, y es probable que las piedras de pequeñas dimensiones y sección rectangular de los edificios incas pertenezcan a una época reciente, mientras que los grandes bloques megalíticos tallados de modo irregular corresponden a un período anterior. Según Rowe, las diferencias que aparecen en la construcción de las paredes de los distintos edificios son debidas al empleo de piedras distintas, puesto que no trabajaban igual el pórfido con reflejos verdosos que la piedra calcárea gris, o la andesita negra, la cual tomaba con el tiempo una pátina de color castaño. Los edificios más bellos de Cuzco, la mayoría de palacios y el templo del Sol, están hechos a base de bloques de andesita de sección rectangular; las piedras de las fachadas a veces están ligeramente abombadas, de manera que las luces y las sombras jueguen con ellas de un modo particular; todos los edificios son un claro testimonio de la habilidad de estos artesanos, que no tenían para trabajar más herramientas que pesados martillos de piedra, y para su pulimento la arena. El efecto que producen los desnudos muros de los edificios es debido solamente al arte de los canteros, que sabían hacer coincidir de un modo admirable las aristas y los ángulos de los bloques; estos muros producen una impresión de severidad y grandiosidad, y las ensambladuras de las piedras, los huecos, las ventanas y las puertas trapezoidales, así como los salientes de algunos bloques, constituyen las únicas interrupciones en la igualdad de las mismas. Los techos eran de paja, pero realizados de un modo muy cuidadoso.

No conocemos otras obras plásticas de la era inca más que las raras cerámicas en forma de figurillas de aspecto rústico, así como las figurillas de piedra, oro o plata, igualmente ingenuas, representando animales y seres humanos y que tenían como finalidad ser ofrecidas a los dioses o a los muertos, y que, indudablemente, eran depositadas en las cúpulas huecas situadas en la espalda de algunas llamas de piedra muy estilizadas. Las pinturas de las cerámicas incas representaban adornos geométricos, o bien, aunque más raramente, pájaros, mariposas, flores y peces; las representaciones de escenas con personajes vestidos con la indumentaria de los incas, aparecen solamente en las paredes de los grandes cuencos de madera denominados kéro; recipientes, que, evidentemente, no han tenido nunca una utilidad funeraria, y que en muchas ocasiones se han ido transmitiendo de generación en generación entre las familias indias, llegando hasta nuestros días. Los contornos de los personajes aparecen grabados y rellenados con colores realizados a base de resinas. La mayoría de los kéro han sido fechados en la época colonial, como lo demuestran los vestidos españoles utilizados por algunos de los personajes que en ellos aparecen, pero algunos de los kéro decorados con figuras humanas que vemos en muchos museos pueden ser fechados en la época que precedió a la llegada de los españoles al Perú; sin embargo, existen otros kéro mucho más antiguos que aparecen decorados con cabezas esculpidas de animales, o bien con motivos geométricos.

¿Acaso han sido destruidos todos los ídolos de que nos han hablado los cronistas? ¿Qué explicación puede darse al hecho de que no haya sido encontrado ninguno de ellos en las tumbas? Solamente sabemos que el símbolo del dios del sol, que se hallaba en el gran templo de Cuzco, consistía en un disco de oro, y que el ídolo que debía materializar a la divinidad suprema era una escultura en forma de huevo. Aunque el padre Molina dice haber visto un ídolo antropomorfo: una estatua de oro representando a un muchacho de unos diez años, con el brazo derecho levantado, el puño cerrado y los dedos pulgar e índice tendidos en actitud imperiosa. Pero podemos poner en duda el que esta estatua haya sido realmente la representación del dios creador, puesto que, según varios testimonios, los incas lo representaban por lo común bajo aspectos completamente inmateriales.

Si bien los incas conocían los dioses de forma humana, eran, en realidad, las representaciones de sus monarcas.

Numerosas narraciones de autores españoles nos dan testimonio de la veneración idólatra que el pueblo sentía por ellos. Es suficiente, para darnos cuenta de este hecho, leer el capítulo trece de la crónica de Cieza de León, que lleva el siguiente título: "Cómo los señores del Perú eran muy amados por una parte y temidos por otra de todos sus súbditos, y cómo ninguno de ellos, aunque fuese gran señor muy antiguo en su linaje, podía entrar en su presencia, si no era con una carga en señal de grande obediencia". El amor y veneración que los peruanos sentían por su monarca aparece expresado en infinidad de anécdotas, y los españoles pudieron verlo con sus propios ojos durante el cautiverio de Atahualpa en Cajamarca; y en 1534, con motivo de la coronación en Cuzco de Manco Capac II, y mucho más todavía en 1572, con motivo de la ejecución de Tupac Amaru, en que los indios se pusieron devotamente de rodillas al ver aparecer al soberano condenado al suplicio, y cuando su cabeza sangrante y desprovista de los atributos reales fue expuesta en lo alto de una pértiga, siguió siendo todavía adorada por cuantos pasaban ante ella, por lo que los españoles se vieron obligados a hacerla desaparecer.

¿Hasta qué extremo los Incas debieron ser adorados en aquella época en que gozaban de toda su divina omnipotencia? Debió de serles rendido un verdadero culto. Su insignia real, consistente en una cinta de lana roja rodeando su frente, con su franja frontal engastada en tubos de oro, y la borla, adornada con tres plumas de pájaro sagrado curiquingue, colocada encima, inspiraba mucha más veneración que las coronas de los monarcas más poderosos del Mundo Antiguo, puesto que encarnaba al Sapay Inca, "Inca único", el Intip Cori, "hijo del Sol", al dios solar, de la misma manera que su primera esposa encarnaba a la diosa de la luna. Las momias de los Incas fallecidos tenían su lugar en el gran templo de Cuzco, al lado del célebre disco de oro, representación material del dios del sol, y de las representaciones simbólicas de las demás divinidades principales, como son la diosa de la luna, el dios de la lluvia y la diosa de la tierra. Estas momias, con los rostros cubiertos por máscaras de oro, eran para ellos verdaderos ídolos. Con motivo de la fiesta del sol, eran transportadas solemnemente a una llanura situada al este de la capital, en donde eran instaladas en asientos tallados en la roca, encima de las cuales habían sido colocados baldaquinos con plumas. En cuanto a las piedras sagradas que eran llevadas por los guerreros a las batallas, no eran realmente estatuas, sino concreciones pétreas, que, por efectos de la Naturaleza, habían adquirido formas extrañas. Sería, pues, natural considerar como un aspecto característico de la concepción del mundo por los incas el hecho de que no se hayan interesado por las representaciones figurativas, y sobre todo porque no poseyesen representaciones antropomorfas de las divinidades, mientras que éstas eran tan abundantes en el área cultural mexicana, habiendo sido producidas también por los pueblos más antiguos del Perú. Y nos preguntamos si serían los monarcas las únicas divinidades con forma humana de los incas.

En Cuzco, y en un lugar cercano a esta ciudad, fueron halladas dos cabezas de piedra, que podrían ser consideradas como retratos de soberanos por el hecho de que en ellas estaba representada la insignia real, y por algunas otras razones; si ello es cierto, éstas serían las únicas representaciones de rostros de Incas que poseemos. Los cuerpos que debieron corresponder a estas estatuas han desaparecido.

Sarmiento de Gamboa nos relata que la instalación de las momias de los reyes en el gran templo de Cuzco no tuvo lugar hasta el reinado de Pachacutic, el cual dio la orden de que así fuese realizado, lo que nos hace pensar que este reformador contribuyó en gran manera a la transformación de la monarquía inca. El mismo Sarmiento cuenta que Pachacutic hizo que su hijo Tupac (que había sido designado como su sucesor) fuese educado en el templo durante seis años, y ordenó a los grandes del Imperio que, la primera vez que el futuro.rey apareciese en público, le adorasen y le dedicaran ofrendas como si se tratase de un dios. Al parecer, Pachacutic hizo que fuesen instaladas falsas momias en el gran templo, para ocupar el lugar de aquellas que perteneciendo a sus antepasados no habían podido ser halladas. También debió de ser él quien estableció la primera lista de monarcas, y quien había creado una tradición histórica oficial. Como ya hemos visto, reformó las escuelas destinadas a los hijos de los nobles, e hizo trazar los mapas de barro en relieve, gracias a los cuales desde su capital podía supervisar todas las regiones del Imperio; fue durante su reinado cuando fueron edificadas las columnas astronómicas de piedra que servían para determinar la posición del sol, y de este modo fijar el momento más adecuado para sembrar las semillas. Probablemente fue también él quien introdujo el sistema de colonización, e hizo de la lengua inca la lengua oficial del Imperio. Parece ser que también cabe atribuirle la sustitución de los modestos vasos destinados a los sacrificios por vasos de oro y plata, siendo el promotor de nuevas ceremonias y ritos, y suprimiendo el culto de varias divinidades, tal vez con el deseo de dar de este modo mayor importancia al culto de los antepasados. Fue a partir de su reinado o del de su sucesor Tupac Yupanqui, cuando el soberano estaba obligado a tomar como esposa a una de sus hermanas, como ya lo había hecho, según el mito, el fundador de la dinastía inca. Como quiera que los matrimonios consanguíneos estaban completamente prohibidos a todos los demás, el hecho de que ello fuese obligatorio para los monarcas demuestra claramente que su sangre era considerada como poseedora de una calidad casi divina.

La inmensa diferencia existente entre la condición de la minoría selecta y la del pueblo estaba también señalada por los vestidos y los adornos reservados únicamente a los nobles, los cuales poseían el privilegio de usar pesados pendientes, lo que les valió entre los españoles el sobrenombre de orejones. Las gentes de esta minoría selecta no estaban obligados a pagar tributo, y les estaba reservado el privilegio de la instrucción. En el "colegio" (yachahuasi), fundado por el Inca Roca, y reformado más tarde por Pachacutic, eran enseñadas todas las ciencias incas a los hijos de los nobles, ciencias que estaban negadas a los hijos de las gentes del pueblo. Los hijos del Inca (príncipes imperiales) y los hijos de los príncipes sometidos, aprendían durante cuatro años todos los secretos de la religión y del ceremonial de los cultos, siéndoles también enseñada la lengua del Estado, el arte de hablar, la historia y la lectura de los quipus. Los jóvenes pertenecientes a la élite, eran también formados de una manera espartana en el arte de la guerra; así, la "fiesta de la virilidad" de los jóvenes nobles, con motivo de la cual les eran perforadas las orejas para que pudiesen llevar más tarde los pendientes que constituían la insignia de su casta, no era en lo esencial más que un duro examen militar que precedía a los ayunos y a los sacrificios; durante esta fiesta tenían lugar juegos guerreros y carreras, bailes y bebida de licores.


La "escritura"

Desgraciadamente, estamos muy mal informados en lo que se refiere a la "escritura" de los quipus, en la cual debían ser iniciados los futuros funcionarios del Imperio; los cronistas españoles nos cuentan que existían verdaderos archivos de estos cordeles con nudos coloreados administrados por funcionarios de una categoría particular que habían recibido una formación especial. Como ya hemos visto al principio de este capítulo, los quipus eran especialmente útiles para el registro de cifras, o sea para fines estadísticos. Estos objetos estaban formados por una serie de cordeles sujetos a un cordón, y dispuestos de la misma manera que los dientes de un peine; los nudos de los cordeles indicaban las cifras ordenadas según el sistema decimal. Los nudos de la extremidad inferior de uno de los cordeles representaban las unidades, después venían las decenas, las centenas, los millares, las decenas de millar, etc. Este procedimiento de numeración hace pensar en el de los mayas, que expresaban también los valores numéricos progresivos de su sistema vigesimal escribiéndolos de abajo a arriba. Los incas expresaban el cero de un modo negativo, es decir, dejando un espacio sin nudos en el cordel del quipus. Para distinguir unos de otros los objetos enumerados, es decir, hombres, animales, etc., utilizaban cordeles teñidos de diferentes colores y trenzados de un modo distinto. Los quipus eran utilizados también como medio mnemotécnico; es probable que los narradores de cuentos y leyendas se sirviesen de ellos, por lo cual los cronistas españoles han dicho muchas veces que tenían un contenido histórico. Los pocos quipus que se han conservado hasta nuestros días proceden de las sepulturas de la región costera. Acaso podamos seguir a Karsten cuando dice que se trataba de ofrendas que habían sido depositadas en las tumbas de los quipucamayoc (conservadores de quipus), de la misma manera que en las tumbas de los demás muertos eran depositados los objetos que utilizaron en vida. Por el contrario, Nordenskiöld pretende que estos quipus descubiertos en las sepulturas contenían cifras astronómicas, y eran ofrendas funerarias de tipo mágico. En todo caso, ello es muy difícil de demostrar. Todavía en la actualidad, los pastores de montaña del Perú se sirven de los quipus para registrar el número de las ovejas, los moruecos y los corderos de su rebaño.

Es extremadamente sensible que no hayan podido ser descubiertas ninguna de las placas pintadas, en las que el padre Molina nos dice que estaban representados los mitos de los incas. En cuanto a Sarmiento de Gamboa, nos habla de grandes tablas de madera, en las que Tupac Yupanqui hizo representar los acontecimientos más importantes de la historia inca; parece ser que estaban conservadas en un edificio especial, situado no muy lejos del gran templo de la capital, pero no poseemos ninguna otra noticia acerca de esta "biblioteca nacional" de Cuzco. Sin embargo, podemos imaginarnos que los "escritos" depositados en ella debían de tener alguna semejanza con las imágenes decorativas de los cuencos de madera de que hemos hablado anteriormente. Si hubiesen existido en el Perú verdaderos pictogramas, análogos, por ejemplo, a los de los mexicanos, hubiesen quedado por lo menos algunos restos de ellos. El cronista nos habla de cuatro piezas de tejido que había visto el virrey de Toledo, y en las cuales aparecían representados los monarcas de la dinastía inca; en los bordes de estos tejidos estaban representados los sucesos acaecidos bajo el reinado de los soberanos en cuestión, así como las leyendas y los mitos divinos. Pero si esto hubiese sido cierto, no se trataría más que de simples testimonios particulares de cosas particulares. Si los incas hubiesen dispuesto realmente de un tipo de escritura pictográfica, los clérigos españoles, que nos han informado acerca de todo su mundo, no hubiesen dejado de hablarnos de ella. En efecto, los autores de las narraciones dedicadas a México nos hablan constantemente de las escrituras utilizadas en este país, y de las que conocemos un gran número.

Si bien la civilización de los incas no puede ser comparada en algunos aspectos a las de Mesoamérica, no sólo en materia de escritura, sino también en lo que se refiere a la astronomía, al calendario y a las artes plásticas, no es menos cierto que su Estado, sostenido por el poderío y majestad de monarcas semidivinos, no tiene semejanza entre los restantes pueblos del Nuevo Mundo. La gloria política de esta minoría selecta de los incas es la de haber sabido dejar subsistir las costumbres antiguas en las regiones anexionadas al Imperio, y la de añadir al sistema inteligentemente construido del Estado las buenas instituciones que pudieran ir hallando.

Los soberanos incas tienen el mérito de haber creado un Estado unificado, formado por territorios o pueblos que no hablaban las mismas lenguas, que no se encontraban ni política ni socialmente en el mismo estadio de civilización, y que en épocas anteriores no habían cesado de combatir entre sí. Estas gentes tenían, aunque pocas, algunas cosas en común, como, por ejemplo, la técnica de la artesanía, la ornamentación, la agricultura, y tal vez también lo concerniente a la estructura social de sus grupos de clanes. Pero para comprender lo que fue la obra de unificación de los Incas, es suficiente pensar en la gran diferencia existente entre los chimúes de la costa, cuyo país era extenso y próspero, y las tribus montañesas más pobres y peor organizadas; los soberanos lograron esta unificación, tanto gracias a las medidas políticas como al inmenso prestigio de su sagrada majestad, y no estaban lejos de lograr la unificación de su país, en cuanto a lengua, religión y civilización, cuando tuvo lugar la llegada de los conquistadores al Perú, procedentes de un mundo completamente distinto, con unas nociones sobre el honor y la piedad fundamentalmente distintas a las suyas, con un Dios evidentemente más fuerte que todos los del panteón indio. Si estos hombres no hubiesen violado su mundo, los incas hubiesen podido llegar a terminar su tarea. La guerra civil que enfrentó a Atahualpa con su hermano Huáscar, no hubiese tenido apenas importancia de no haber intervenido los españoles en el Perú, aunque nada permite hacernos suponer que el vencedor Atahualpa hubiese sido capaz de desempeñar bien la tarea de Sapay Inca. Durante toda la historia del Imperio habían sido evitadas las luchas de sucesión, y jamás ningún indio hubiese sido capaz de alterar el régimen inca; pero fue precisamente utilizando el perfecto mecanismo del Estado incaico (y sobre todo utilizando su red de carreteras) como los españoles lograron vencerlos de un modo definitivo, y ello sucedió porque, a pesar de su poderío, su monarca carecía de categoría suficiente como para resistir a unas fuerzas que eran completamente extrañas a su naturaleza. Verdaderamente, los conquistadores, recubiertos de hierro, pudieron parecer a los ojos de los incas como verdaderos centauros, y que combatieron con mosquetones en un país que estaba todavía en la Edad de la Piedra y del Bronce; pero, en todo caso, éstas no fueron más que causas de poca monta entre las que originaron los acontecimientos. La verdad es que llegaron en un buen momento, puesto que cuando Pizarro apareció en escena en la historia del Perú, todavía no se habían cicatrizado las heridas infligidas a la gloria de la dinastía inca por la lucha fratricida entre los dos rivales "Hijos del Sol".

Para mejor justificar la Conquista, algunos españoles han querido censurar la tiranía de los soberanos incas y la crueldad de sus prácticas guerreras, como, por ejemplo, la costumbre que tenían de hacer fabricar tambores con la piel de sus enemigos, o la de beber cerveza de maíz en los cráneos de los mismos. No voy a hablar aquí de la crueldad de los conquistadores, pues en su época, las costumbres de la Europa cristiana no tenían nada de suaves, y estaba perfectamente justificado el que los españoles se considerasen como los caballeros cruzados.

Si bien los cronistas de la época de la Conquista han hablado en general de lo que había de malo en el régimen inca, han existido otros, ciertamente menos numerosos, que han alabado su alto grado de civilización. Entre los incas no se moría nadie de hambre, no había ni vagos ni mendigos. En lo que se refiere a la grandeza humana de sus monarcas, es necesario que no olvidemos que todas las reservas hechas respecto a este punto son obra de los españoles de los siglos XVI y XVII, que querían afirmar el derecho moral de su nación en la dominación del Perú, o bien por el hecho de que los actuales europeos son incapaces de considerar la Historia universal de modo distinto a como la ven los racionalistas. Naturalmente, resulta difícil interpretar de un modo racional la divinización de los soberanos incas por su pueblo. Siendo este el caso del siglo XVIII, época de las grandes revueltas indias, cuyos jefes se daban a sí mismos el nombre de Inca, y todavía en nuestros días este vocablo posee una resonancia casi mística para los indígenas de determinadas zonas de la montaña. En la época de las guerras de independencia, algunos hombres de Estado sudamericanos habían tenido realmente la intención de hacer sentar en el trono a un personaje de sangre inca; pensaban en Juan Bautista Tupac Amara, que contaba unos ochenta años de edad, cuñado del caudillo José Gabriel, descuartizado en 1781, quien se jactaba de descender en línea directa de los antiguos monarcas del Perú.

Todavía en la actualidad existen unos seis millones de indios en el antiguo territorio del "único Imperio" que según nuestras noticias haya existido jamás en la América precolombina, los cuales hablan el quechua, que fue la lengua oficial de los incas, o el aymará, que probablemente fue la lengua de los principales difusores de la civilización de Tiahuanaco. Pero todo cuanto acabamos de decir jamás podrá ser demostrado, y lo mismo sucede con otras muchas cosas del misterioso pasado del continente americano. 

 
 
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